jueves, 14 de abril de 2011


Los "orígenes" de la Semana Santa


















La Semana Santa es la fiesta cristiana por antonomasia. Fue en Tierra Santa donde se inició la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, creándose una liturgia específica y generando las primeras procesiones, no con imágenes como en la actualidad, sino con las propias reliquias de la Pasión.
Interesante resulta el testimonio de la peregrinación que realizó a los Santos Lugares a finales del s. IV, entre los años 381 al 384, Eteria, una religiosa de ascendencia noble y notable cultura. Oriunda del NO español, posiblemente del Bierzo, Eteria se revela en sus escritos como una mujer inquieta, de ilimitada curiosidad y profundamente religiosa. En su viaje a Tierra Santa, detalla la liturgia y las celebraciones por las calles y alrededores de Jerusalén, comentando que, “son parecidas a las que se realizan en mi tierra”. Este dato curioso que ofrece la religiosa, muestra que ya en el s. IV existían por la zona leonesa procesiones o manifestaciones religiosas que conmemoraban en la calle la pasión y resurrección de Jesucristo.
Sin embargo, los antecedentes de la Semana Santa, que en principio pudiera pensarse que son perfectamente conocidos, se pierden en la noche de los tiempos, resultando fundamental su entronque con las antiguas celebraciones hebreas, que a su vez enlazan con los antiguos cultos mágicos y supersticiosos que tienen su origen en las celebraciones del inicio de la primavera.
Las conmemoraciones ancestrales de la llegada de la primavera, se caracterizan especialmente por dos ritos que en principio no tienen nexo de unión: el pan ácimo y la sangre del cordero, ceremonias pertenecientes a sociedades agrícolas y nómadas respectivamente, que son dos culturas, dos mundos completamente distintos. La primera refleja la preocupación de los primeros agricultores que, tras obtener la incipiente cosecha de la temporada, procuraban no mezclarlo con la levadura de la cosecha anterior, era un acto de renovación. La segunda, el ritual de las tribus de pastores nómadas, coincide con el brote de los pastos en primavera y el nacimiento de las primeras crías, y consistía en sacrificar un cordero con el fin de obtener fecundidad y prosperidad, a la vez que derramaban la sangre alrededor de su tienda o refugio con el fin de evitar la entrada de espíritus malignos.
Con el paso del tiempo, las tradiciones del pan sin fermentar y la sangre del cordero se funden en el pueblo judío, como consecuencia de la penetración en la región agrícola de Canaán de tribus nómadas procedentes del norte, y se detallarán y mencionarán en la Biblia como vínculo de origen, cultura, creencias y simbolismo que identifica al hombre hebreo con la actitud de sus antepasados, haciéndole partícipe de un espíritu común a través del tiempo.
Estos dos ritos se asociarán con la liberación del pueblo de Israel después de varios siglos de cautiverio en Egipto (s. XVI a.C.), y serán el origen de la Pascua judía, la conmemoración de su salida de Egipto después del envío de la última y más terrible de las diez plagas que Yahvé envió sobre los opresores. El Señor, según relata el Éxodo, alerta a Moisés y Aarón de que un ángel exterminador (el atávico espíritu maligno) pasará dando muerte a todos los primogénitos, por lo que los hebreos deberán protegerse señalando las puertas de sus casas con la sangre de un cordero sacrificado (Ex. 12, 1-28).
El suceso ocurre en la fiesta del pan sin levadura, y precisamente será el pan sin fermentar el que se llevarán al huir precipitadamente de Egipto (Ex. 12, 32-39). El rito nómada de la sangre protectora se volverá religioso, y la ceremonia de origen agrícola, el pan ácimo, se tornará en acontecimiento histórico, adquiriendo una nueva dimensión: el cambio milagroso de la totalidad de un pueblo de la servidumbre y la esclavitud, a la vida y la libertad. A partir de ese momento, el pueblo judío celebrará la Pascua (pésaj), que viene a significar “tránsito” o “paso”.
Sin embargo, la fecha de celebración siempre fue imprecisa y variaba en el día de la semana y entre las propias comunidades judías. Con la confección de un nuevo calendario, que tampoco es puesto en práctica por la totalidad de los hebreos, la celebración de la Pascua se realizará en el que será el primer mes del año bíblico, el día 14 del mes nisán, (Ex. 12,2 y Lv. 23, 5-6). En la actualidad, el pueblo judío celebra la Pascua el primer día de luna llena, tras el equinoccio de primavera, este año el 20 de abril.
En cuanto a la celebración de la Pascua por parte de los cristianos, tiene su inicio y entronque en la fiesta hebrea. La pasión, muerte y resurrección transcurren durante la celebración de la Pascua judía, y Cristo, con la celebración antes de su pasión y muerte de la denominada “última cena”, instituye la conmemoración cristiana partiendo de la ceremonia propiamente judía en la primera luna llena de primavera contando con los mismos elementos, pero trasmitiendo un nuevo mensaje: pan=cuerpo y vino=sangre, “haced esto en recuerdo mío” (Lc. 22,19).
No es de extrañar, que los primeros cristianos continúen celebrando la Pascua del Señor al mismo tiempo que los judíos, en la noche del plenilunio del primer mes de primavera. El papa Víctor, en el s. II, se aleja de la coincidencia hebrea y traslada la fiesta al domingo de la semana de la primera luna llena, con el fin de celebrar la Resurrección.
En el Concilio de Nicea del 325 d.C, se acordó que la Pascua, el Domingo de Pascua o Resurrección, se celebrará siempre después del equinoccio de primavera, y será el domingo siguiente al plenilunio, cuya fecha oscila entre el 22 de marzo y el 25 de abril.
En cuanto a las conmemoraciones de la Semana Santa actuales, ya comentamos que Eteria aseguró la existencia en el s. IV de celebraciones y manifestaciones por las calles. En la Baja Edad Media, se extiende la realización de escenificaciones durante el Jueves y Viernes Santo, como fin didáctico para el pueblo: el lavatorio, vía dolorosa, crucifixión, etc. Tras la celebración del Concilio y Trento y en plena Contrarreforma, entran en decadencia las representaciones y empiezan a realizarse escenas de pasión compuestas por imágenes que se procesionan a hombros de hermandades para evitar la heterodoxia y el descontrol habitual que a veces suponían las representaciones en vivo, resultando éstas, según la jerarquía religiosa y política, muy perniciosas para la vida espiritual y religiosa, reiterando continuamente las prohibiciones para su representación.
Salvo alguna importante excepción que a llegado hasta ahora, en el s. XIX el Estado y la Iglesia consiguen eliminar las escenificaciones religiosas, aunque no se logra postergar por completo las procesiones de tallas sobre pasos o tronos que, a duras penas, se mantienen en Andalucía, León y Castilla, aunque adaptadas a una nueva época, sobre todo en las principales ciudades, aunque muy alejadas de sus componentes trágicos y medievales.


1 comentario:

  1. Lo mejor de las fiestas es irse de vacaciones.
    Estoy con mi familia en un alquiler temporario Argentina y la estamos pasando muy bien!
    Saludos

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