martes, 25 de abril de 2017

La erizo y el chacal (Sahara)



Lahara era una erizo que vivía en el desierto con su familia. Tenía un terreno muy fértil que cultivaba con gran cuidado y cariño. Pero un día pasó por allí Mohamed el chacal, quien, queriendo abusar le gritó:


¡Deja de explotar mis tierras erizo!


Y la pobre erizo al ver la superioridad física del chacal le contestó asustada:


-Eso no es cierto, estas tierras son mías, las heredé de mis padres y si sigues molestándome llamaré al juez.


El chacal se rió sonoramente, ya que, con sus grandes colmillos ni siquiera al juez le temía.


Luego quiso engañar a Lahara diciéndole:


-Bueno, querida amiga, seamos justos. Te permitiré cultivar la huerta en paz a cambio de que compartamos la cosecha.


Lahara, preocupada por la gran cantidad de alimento que podía consumir el chacal pensó rápidamente en una treta para que no quedarse sin comida, y le respondió:


-Está bien Mohamed, este año todo lo crezca bajo la tierra será para ti y lo que crezca por encima para mí.


-De acuerdo- dijo el chacal, convencido de que había conseguido un montón de comida gratis y sin esfuerzo.


Ese año Lahara cultivó manzanas y naranjas y al finalizar la temporada llegó Mohamed a por su parte.


Tal y como habían acordado, la erizo recogió todos los frutos, ya que era lo que crecía sobre la superficie de la tierra, y cuando el chacal se puso a escarbar, sólo encontró las raíces de los árboles así que muy enfadado le dijo a la erizo:


-Está bien Lahara, en la próxima cosecha será al revés: yo me llevaré lo que crezca en la superficie y para ti quedará lo que esté debajo de la tierra.


Pero la erizo, que sabía mucho más de agricultura que Mohamed, ese año sembró patatas.


Cuando llegó la época de la colecta el chacal cogió todas las hojas que había en la superficie, las guardó en un enorme saco y salió corriendo a toda velocidad, convencido de que esta vez había ganado.


Lahara, que había visto la escena escondida tras una piedra, al ver huir a Mohamed se puso a dar saltos de alegría y llamó a toda su familia para que le ayudaran a escarbar y recolectar las patatas.

Ese año la cosecha fue especialmente buena y la erizo repartió cestos de patatas entre todos sus vecinos.


El chacal al darse cuenta de que, por dos veces, le había salido mal el engaño, sintió tanta vergüenza que nunca más volvió a molestar a los demás animales, aunque fueran mucho más débiles que él.

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