(Cuento de Nueva Zelanda)
En una hermosa playa de arenas plateadas, en la costa norte de Nueva Zelanda, vivía una mujer maorí llamada Rona. Cada día, el esposo de Rona junto a sus hijos salían en sus canoas a pescar. Al atardecer, Rona cuidaba que las piedras para cocinar estuvieran bien calientes, para poder preparar la cena con el pescado fresco que traían a casa.
Una noche de luna llena, cientos y miles de peces subieron a la superficie del mar y podía verse el fulgor de sus escamas plateadas.
-Es una noche perfecta para ir pescar- dijo el esposo de Rona-. Me llevaré a los niños y pasaremos toda la noche y el día de mañana pescando. Regresaremos mañana por la noche a esta misma hora, así que debes tener las piedras preparadas para que podamos cocinar un gran festín.
Rona le prometió a su esposo que así sería. Al día siguiente, desde muy temprano se esmeró recogiendo madera y piedras para cocinar. De vez en cuando, echaba agua a las piedras, pues éstas no debían estar muy calientes, para no quemar el pescado. Al caer la tarde, el sol se escondió en el mar dejando brillantes estelas doradas, mientras en el ocaso aparecía la luna. Rona, deslumbrada con el hermoso paisaje, se quedó dormida en un profundo sueño.
Ya era de noche cuando escuchó a lo lejos a los hombres que regresaban en sus canoas. Rona despertó sobresaltada y se acercó al fuego. Las piedras estaban ardiendo, pues hacía horas que no las mojaba. Tomó las calabazas donde trasportaba el agua y corrió al río. El camino estaba lleno de piedras y a tropezones Rona trepó cerro arriba, maldiciendo y reclamando sin parar.
Finalmente, llegó al río y llenó las calabazas con agua. Con una calabaza en cada cadera bajó corriendo y justo cuando atravesaba la cuesta más empinada, la luna se escondió tras una nube dejando la noche en una oscuridad absoluta. Rona tropezó y cayó al suelo. Las calabazas se rompieron y toda el agua se derramó. Rasguñada y adolorida, la mujer se puso de pie y en ese instante la luna volvió a aparecer.
- ¡Idiota! ¡Inútil trozo de roca que estás en el cielo, mira lo que pasó por tu culpa! ¡Pokokuha inútil!-, gritó Rona enfurecida.
La luna, que era un ser tranquilo, se enojó mucho al escuchar los insultos de Rona y descendió del cielo para llevarse a la mujer.
Cuando los hombres llegaron a la playa, encontraron un gran fuego encendido y las piedras demasiado calientes para cocinar. ¿Dónde estaba Rona? La buscaron por todas partes, hasta que amaneció y volvió a anochecer. Muy cansados, se dejaron caer sobre la arena y al mirar fijamente a la luna pudieron ver la silueta de una mujer que sostenía dos calabazas, una en cada brazo.
Rona había dejado escapar tantas maldiciones que en castigo fue condenada a vagar por los cielos para siempre. “Kia mahara ki te he o Rona”- dicen los maoríes-. “Recuerden lo que le pasó a Rona”.
Una noche de luna llena, cientos y miles de peces subieron a la superficie del mar y podía verse el fulgor de sus escamas plateadas.
-Es una noche perfecta para ir pescar- dijo el esposo de Rona-. Me llevaré a los niños y pasaremos toda la noche y el día de mañana pescando. Regresaremos mañana por la noche a esta misma hora, así que debes tener las piedras preparadas para que podamos cocinar un gran festín.
Rona le prometió a su esposo que así sería. Al día siguiente, desde muy temprano se esmeró recogiendo madera y piedras para cocinar. De vez en cuando, echaba agua a las piedras, pues éstas no debían estar muy calientes, para no quemar el pescado. Al caer la tarde, el sol se escondió en el mar dejando brillantes estelas doradas, mientras en el ocaso aparecía la luna. Rona, deslumbrada con el hermoso paisaje, se quedó dormida en un profundo sueño.
Ya era de noche cuando escuchó a lo lejos a los hombres que regresaban en sus canoas. Rona despertó sobresaltada y se acercó al fuego. Las piedras estaban ardiendo, pues hacía horas que no las mojaba. Tomó las calabazas donde trasportaba el agua y corrió al río. El camino estaba lleno de piedras y a tropezones Rona trepó cerro arriba, maldiciendo y reclamando sin parar.
Finalmente, llegó al río y llenó las calabazas con agua. Con una calabaza en cada cadera bajó corriendo y justo cuando atravesaba la cuesta más empinada, la luna se escondió tras una nube dejando la noche en una oscuridad absoluta. Rona tropezó y cayó al suelo. Las calabazas se rompieron y toda el agua se derramó. Rasguñada y adolorida, la mujer se puso de pie y en ese instante la luna volvió a aparecer.
- ¡Idiota! ¡Inútil trozo de roca que estás en el cielo, mira lo que pasó por tu culpa! ¡Pokokuha inútil!-, gritó Rona enfurecida.
La luna, que era un ser tranquilo, se enojó mucho al escuchar los insultos de Rona y descendió del cielo para llevarse a la mujer.
Cuando los hombres llegaron a la playa, encontraron un gran fuego encendido y las piedras demasiado calientes para cocinar. ¿Dónde estaba Rona? La buscaron por todas partes, hasta que amaneció y volvió a anochecer. Muy cansados, se dejaron caer sobre la arena y al mirar fijamente a la luna pudieron ver la silueta de una mujer que sostenía dos calabazas, una en cada brazo.
Rona había dejado escapar tantas maldiciones que en castigo fue condenada a vagar por los cielos para siempre. “Kia mahara ki te he o Rona”- dicen los maoríes-. “Recuerden lo que le pasó a Rona”.
El cuento esta bueno pero le deben poner mas imagenes porque los ninos no les gusta leer much les gusta ver las imagenes.Hojala vean este mensaje.gracias
ResponderEliminarLo siento, pero es la leyenda mas desafortunada que he leído.
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