Una ostra se encontraba muy triste porque había perdido su perla.
Le contó su desgracia a un pulpo; el pulpo se la contó a una sardina; la sardina a un cangrejo, y el cangrejo se la contó a un ratón que estaba por la playa.
El ratón dijo: «Pobre ostra. Voy a ver si le encuentro algo parecido a la perla que perdió». El ratón buscó y no encontró algo como lo que le había indicado el cangrejo.
Encontró una piedra que era blanca y dura pero no brillante; luego una moneda de plata blanca, dura y brillante pero no pequeña...
Al ratoncito se le ocurrió ir a la casa de un niño al que se le acababa de caer el diente de leche. El niño lo había dejado en la mesita. En eso el ratoncito se acercó y lo cogió, comprobó que era blanco, pequeño, duro y brillante. «Esto sí servirá», pensó el ratón.
A cambio le dejó al niño la moneda. Luego volvió a la playa le dio el diente al cangrejo, que se lo dio a la sardina, que se lo dio al pulpo, que se lo dio a la ostra. La ostra miró el diente y se puso contentísima era del mismo tamaño de la perla que había perdido. Así que lo puso en el sitio de la perla, lo recubrió con un poco de nácar y nadie pudo notar la diferencia.
Por eso, cuando un niño pierde un diente, el ratón se lo lleva y le deja a cambio un regalo.
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